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Cuando yo me vaya, no quiero que llores,
quédate en silencio, sin decir palabras,
y vive recordándome, reconforta el alma.
Cuando yo me duerma, respeta mi sueño,
por algo me duermo; por algo me he ido.
Si sientes mi ausencia, no pronuncies nada,
y casi en el aire, con paso muy fino,
búscame en mi casa,
búscame en mi habitación,
búscame en mis recuerdos,
y entre los papeles que he escrito.
Ponte mis camisetas, mis pulseras, mi reloj
y puedes usar todos mis bolis y lápices.
Te presto mi cuarto, mi almohada, mi cama,
y cuando haga frío, ponte mis abrigos.
Te puedes comer todo las cosas que
a mi me gustaban y dejé guardadas.
Escucha esas canciones que a mí me gustaban,
usa mi colonia y toca mi tambor.
Si tapan mi cuerpo, no me tengas lástima,
corre hacia el espacio, grita fuerte,
lucha contra tu rabia, libera tu alma,
palpa la poesía, la música, el canto,
y deja que el viento juegue con tu cara.
Besa bien la tierra, toma toda el agua
y aprende el idioma vivo de los pájaros.
Si me extrañas mucho, disimula el acto,
búscame en los niños, los coches, los juegos
y en los sitios que a mí me encantaban.
No pronuncies nunca la palabra muerte.
A veces es más triste vivir olvidado
que morir mil veces y ser recordado.
Cuando yo me duerma,
no me lleves flores a una tumba amarga,
grita con la fuerza de toda tu entraña
que el mundo está vivo y sigue su marcha.
Si algún día te levantas sin,
fuerzas para seguir adelante,
sin motivos para continuar,
se fuerte por mí, piensa en cuanto
me entristece verte así y acuérdate
como disfrutaba yo al verte reír, bailar
y pasarlo bien.
La llama encendida no se va a apagar
por el simple hecho de que no esté más.
Los niños tan amados como yo no se mueren nunca,
permanecen siempre entre sus seres queridos
en su día a día, en sus recuerdos, hasta el día
en el que volveremos a estar juntos.
Cuando yo me vaya, extiende tu mano,
y estarás conmigo sellada en contacto,
y aunque no me veas,
y aunque no me palpes,
ni me escuches,
sabrás que por siempre estaré a tu lado.